domingo, 12 de octubre de 2014

UNA VIDA EN UN CUADERNO

Hace ya varios días que compré este cuaderno. Tal vez semanas. El concepto del paso del tiempo creo que ya me es indiferente o por lo contrario, me afecta tanto que prefiero ignorar el día que marca el calendario. 

Lo compré por varias razones. La primera, porque reconozco que me vuelve loca la sección que, cualquier grande superficie dedica a la papelería. Aunque cuando realmente disfruto es al entrar en uno de esos coquetos negocios en los que, solo con abrir la puerta y escuchar el delicado sonido de la campanilla que cuelga del techo, para avisar de tu llegada, te envuelve.

Me encanta pasearme por sus estanterías y disfrutar del olor del papel, de la exquisita y sutil decoración, de las cartulinas de colores ordenadas de acuerdo con la jerarquía impuesta por el arcoíris. Siempre me han fascinado los conjuntos de escritorio realizados con delicada piel, los de madera finamente decorada con la técnica del decoupage, o los modernos de cartón resistente con estampados que van, desde los más sobrios y elegantes, hasta los más variopintos y alocados.

De pequeña, cuando llegaba el verano, me encantaba comprar juegos de papel de carta para escribir correspondencia. Recuerdo que traía apenas una docena de hojas decoradas con motivos que combinaban perfectamente con el de sus sobres. Me duraba todo el verano, pues el tiempo sin ver a alguna de mis amigas solía ser de dos semanas, tres a lo sumo. Tiempo suficiente para escribir una carta y obtener la tan esperada respuesta.

Ya nadie escribe cartas. Yo todavía conservo todo el correo estival de aquellos preciosos años.

Estas pequeñas papelerías, me suelen transportar a otro tiempo.
Nada está colocado al azar en esas estanterías.
Puedes encontrar preciosas plumas estilográficas capaces de hacer parecer deliciosa cualquier escritura.
Jamás he logrado escribir bien con ellas, aun habiendo tenido varias en mi época de estudiante. Gran error el que te regalaran alguna por tu cumpleaños, por lo menos a mí me lo parecía. No por el objeto en sí, que repito, me parece de delicada belleza, sino porque, cuando me aplicaba en mis estudios, me daba por escribir en clase de historia o literatura o biología, desde el saludo inicial del profesor al entrar en el aula hasta acabar los apuntes con la despedida.
Ni que decir tiene que la velocidad que llegaba a coger escribiendo explicaciones como la etapa de la reconquista de la península ibérica, la vida y obra de Garcilaso de la Vega o como responde el sistema nervioso humano ante un estímulo, hacía derrapar en las curvas al más pintado y no se me escapaba ni una coma. Por esta razón, escribir con pluma me era imposible. No sabía cogerla bien. Mi mano era incapaz de dotarla de la inclinación necesaria que requería el plumín, para segregar la cantidad de tinta justa y no provocar borrones.
Por otra parte, aunque hubiera sabido hacerlo, los borrones hubieran sido inevitables pues el dorso de mi mano tenía, o tiene el vicio adquirido a la hora de escribir, de pasearse por toda la hoja como queriendo limpiar de cualquier impureza lo escrito.

La otra razón por la que decidí comprar este bloc es porque se parecía a un diario. Una de esas libretas sin gusanillo que no te permite arrancar ninguna hoja sin que se note. Por eso creo que son así los diarios, porque todo lo que anotes en ellos son hechos acontecidos en tu vida y, si alguna vez arrancas la hoja, siempre quedará la huella.
Como la vida misma, por mucho que quieras olvidar momentos sucedidos en ella, siempre estarán ahí. Sucedieron, sin más. No puedes cambiarlo porque pertenece a tu libro diario y este no admite borrones. Queda todo registrado.

Afortunadamente, tenemos la capacidad de seleccionar solo los capítulos que nos han resultado más interesantes y relegar al olvido aquellos que, o bien fueron aburridos y no nos aportaron ningún momento especial que recordar, o bien nos duelen tanto por su intensidad, buena o mala, que preferimos dejarlos aparcados.
Y estos, son los peligrosos. Tienen un efecto boomerang que, normalmente desconocemos, y siempre vuelven a la cabeza golpeando a nuestro hipocampo sin el más mínimo miramiento.

Nunca he escrito un diario. No porque tuviera miedo del regreso inesperado de alguna imagen del pasado, no. Mis razones para no escribirlo siempre han sido que no las había. Por lo menos no lo suficientemente importantes como para escribir la rutina diaria que vivía como adolescente y luego ya como persona adulta. Mi vida siempre ha transcurrido en los márgenes de la normalidad. En los márgenes de mi normalidad, me atrevería a decir ahora. No es que me queje de una vida aburrida, pero quizás en su momento no me daba cuenta de lo que realmente vivía.
Y ahora, me da por mirar atrás y veo que el camino recorrido, si bien no ha estado lleno de momentos de portada en los periódicos, lo recuerdo intenso.

Intensidad.

Creo que esta es la palabra que define a la perfección lo que ha sido, y es, mi manera de vivir todo. Lo bueno y lo menos bueno.
No es que la edad me haga pasar revista volviendo al pasado. No me considero tan vieja y no me veo de cerca mi cadalso como para redimirme de mis posibles faltas. Simplemente quiero recordar. Todo, o casi todo…

Esperanza Fernández.

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